Reseña: LA CAMARISTA (2018) de Lila Avilés.
Por: Diego Mezarina
23 Festival de Cine de Lima
- *COMPETENCIA OFICIAL*.
Género: Drama.
Duración: 102 minutos.
Evelia (Eve), mucama de un lujoso hotel 5 estrellas,
vive atrapada en la diaria rutina de su entorno laboral. No obstante, esta aún
se permite soñar.
La
Camarista, opera prima de la directora Lila Avilés, nos presenta como único
escenario aquella inmensa torre de cristal, ubicada en pleno corazón del D.F.
mexicano.
De
lleno, nos vemos sumergidos en un entorno de blancos y grises. Puertas, paredes
de concreto, mayólicas y muebles confluyen así en un casi monocromático y
minimalista ambiente.
Es
entre este espacio que se desenvuelve Eve (Gabriela Cartol), auxiliar de
limpieza. De mirada un tanto triste y vistiendo su gris uniforme, ella muestra
siempre una gentil disposición (si acaso dócil),
hacia los distintos huéspedes que la requieren.
Aunque
responsable y dedicada, Eve se permite de cuando en cuando curiosear en los
cuartos que atiende. Gusta de divagar con los artículos que encuentra y se
sumerge en sus propios pensamientos. Cualquier cosa que la saque del tedio de
sus quehaceres es menester para hacer tolerable su actual situación.
Es
curioso sin embargo, el observar al resto de colegas de Eve con una mejor
predisposición. En concreto, es un colectivo alegre y entusiasta, camuflado
claro está, en aquel ámbito gris y geométrico de los interiores del hotel.
Solo
Eve se muestra apática, inconforme, incluso introvertida. No gusta mucho de
interactuar con sus pares. En todo caso, el poder comunicarse cada tarde con su
menor hijo (Rubén) vía telefónica, es toda la comunicación que ella necesita.
Lo
quiera o no, sin embargo, diversos personajes irán cruzándose en el camino de
Eve, matizando así la trama. A veces para bien. Otras, no tanto.
Desde
huéspedes un tanto excéntricos (una poco recatada argentina, madre primeriza),
a colegas parcos (la ascensorista lectora), emprendedores (la vende tapers) e
incluso algunas de corte jacarandoso (La
Mini Toy).
Es justo
esta última (Mini Toy), quien hará las veces de una oportuna sidekick para Eve. Risueña de nacimiento
y sin complejo alguno por su rolliza y ruda apariencia, Mini Toy se dará a la
tarea de sacar a Eve de su habitual ostracismo, obteniendo de cuando en cuando
una cómplice sonrisa.
En lo
referente al aspecto idílico, tenemos
como mención especial al Limpiaventanas.
Un joven trabajador del hotel, quien no dudará en cortejar a la adusta Eve.
Pese a todo, la respuesta es nula… al menos, de momento.
El tiempo
sigue su curso, inexorable en lo cotidiano e intrascendente. Nada de lo que Eve
haga tiene un valor real, más que para sí misma.
¿Su
gran objetivo?, el ascender al Piso 42,
y mejorar su status (laboral y educativo). Esto, mientras intenta obtener con porfiado
empeño un vestido rojo del cajón de
“Objetos Perdidos”, propiedad del hotel.
Se da
un momento atípico de la protagonista. Siempre con su pretendiente desde el
otro lado del ventanal, esta se desnuda para él. ¿Acaso ambos ya comparten una
relación?, ¿qué ocurrió entre ellos, fuera de las paredes del hotel?
La
trama no revela nada de manera específica. La única pista en este caso, es el
observar a Eve en una escena posterior, tendida sobre el retrete de uno de los
cuartos y luciendo un semblante enfermo. Tal vez el pequeño Rubén tenga un
nuevo compañero de juegos.
El
desenlace no es auspicioso. Un duro revés aguarda a Eve, anulando así sus
pretensiones laborales.
Estancada
en su realidad y con el vestido rojo en
mano, Eve pierde el control y estalla en un intenso frenesí de rabia.
Su
refugio para la consumación de tan irreverente acto es el Área de Lavandería del
hotel. Así, sus gritos se entremezclan con el constante sonar de las decenas de
lavadoras que la rodean en aquel siempre monocromático, geométrico y asfixiante
espacio, tan bien compuesto por la directora.
Eve
experimenta otro instante de rebeldía y rompe las reglas. Esta asciende por
cuenta propia al tan añorado Piso 42.
El
decorado de aquel lugar es distinto. Más llamativo y multicolor. Una elegancia
moderna y de corte pomposo asoma ante los ojos de la joven mucama. Para su
pesar, este es solo un consuelo temporal.
Su
jornada culmina, como tantas otras veces, más con pena y sin ninguna gloria. La
ira y furia previas, son ahora precedidas por el conformismo y una moderada
desidia.
Eve
atraviesa las puertas giratorias de su centro de labores y enrumba hacia la
calle. NADA EXISTE más allá de los confines de aquel acristalado e imponente
edificio. Eve se aleja cada vez más del encuadre hasta perderse en el
desenfoque… Corte a negro. Fin.
De
ritmo pausado, meramente contemplativa y un tanto monótona en ocasiones, La Camarista guarda sin embargo, una
cualidad esencial en su propuesta: Hacer
interesante lo insignificante.
La
cinta, es una competente exploración hacia lo cotidiano y meramente irrelevante.
Una escrupulosa narración del diario quehacer de Eve. Un personaje como tantos,
sin mayores credenciales o logros valederos. Tan solo una vida opaca y
melancólica que converge con el resto.
Mención
especial a la agudeza visual de la debutante directora y su óptimo manejo de la
atmósfera. Esto, sumado a la sutil, pero contundente propuesta fotográfica
(Carlos F. Rossini) y a una excelente dirección de actores.
Sin
duda, Gabriela Cartol emerge como la piedra
angular de todo este esquema, merced a su excelente y cautivante
performance.
De
momento, es de mis cintas favoritas. Recomendada.
Hasta
la siguiente función. Nos vemos en el Festival.
Diego
Mezarina.
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