Reseña: CENIZA NEGRA (2019) de Sofía Quirós Ubeda.
Por: Diego Mezarina
23 Festival de Cine de Lima
- *COMPETENCIA OFICIAL*.
País: Costa Rica –
Argentina – Chile – Francia (Coprod).
Género: Drama.
Duración: 82 minutos.
Entre verdes paisajes y ritos paganos, Selva (13) se
ve obligada a crecer y confrontar tanto la muerte, como el fin de su inocencia.
Ceniza Negra, ópera prima de la
directora, es una suerte de continuación del corto “Selva” (2017), exhibido En
la Semana de la Crítica de Cannes.
Locación
Central: Un pueblo costero del Caribe.
Tras
la desaparición de sus padres (en la previa entrega), Selva (Smachleen Gutiérrez), retoma ahora la historia en compañía
de sus abuelos. Ellos son toda la familia que le queda.
El
panorama no es muy alentador. Su abuelo se encuentra ya en un estado senil,
desvariando con cabras que no existen. Su abuela, por otra parte es un espíritu
libre, rebelde e irresponsable que más gusta de la fiesta y la bebida.
Así y
todo, Selva es encantadora desde un inicio. Sin dejarse atribular por la
compleja situación, esta vive su adolescencia del mejor modo que le es posible.
Risueña
y vivaz, Selva comparte cómplices sonrisas con sus amigas, mientras las
instruye cándidamente en el arte del beso. Incluso se permite fiestear y salir
ocasionalmente con un púber pretendiente, en un incipiente pero decidido afán
romántico, propio ya de su edad.
La
convivencia con sus abuelos no es mala tampoco, todo lo contrario. Encerrados
los 3 en aquella humilde covacha y con tan solo la espesa vegetación como
testigo, emergen los tonos altisonantes del televisor o una vieja radio, con
melodías de corte árabe. Selva y su abuela se entregan por completo a la danza.
El canoso nono también se une a la fiesta, recordando por un instante sus años
mozos.
Aunque
inmadura y un tanto egoísta. La abuela de Selva es la única figura materna que
le queda. Ambas se refugian la una en la otra, inventando un lenguaje propio o
intercambiando incluso amistosos insultos en situaciones de conflicto.
Selva
recorre el amplio paisaje verde y se permite alejarse de cuando en cuando.
La
atmósfera sonora y la música coinciden en perfecta armonía, orquestando así un
fabulesco entorno en el cual la protagonista convive con lo místico y lo
sobrenatural. Una dama de negro (¿su madre, tal vez?) le hace compañía y la
aconseja. La naturaleza es ya parte de su familia.
En
casa, Selva conserva un altar con artículos diversos (incluida una serpiente
disecada). Tesoros invaluables que le permiten mantener una conexión con lo ya
intangible, pero siempre añorado... El recuerdo de su madre.
El
frágil equilibrio ya forjado se rompe de repente. Tras una noche de fiesta y
excesos, la abuela de Selva desaparece. En un primer momento, esta prefiere no
tomarle importancia. Ya antes la señora ha tenido sus escapadas y tal vez sea
solo cuestión de tiempo para que dé la cara.
Pero,
es tras la pertinaz insistencia y reclamos de su abuelo delirante, que Selva se
da a la tarea de buscarla, organizando así una intensa expedición en compañía
de sus amigas.
El
resultado es el más previsible. Entre los verdes matorrales de un alejado
sendero, Selva contempla el cuerpo sin vida de su abuela. Finalmente el licor,
la droga y los permanentes excesos cobraron el inevitable precio.
La
situación de Selva se complica. El asumir el rol de cabeza de familia es el menor de sus problemas. Ahora su abuelo,
antes dulce y dócil, se torna obstinado y con tendencias suicidas. El NO
probara bocado alguno hasta tener de vuelta al amor de su vida.
No hay
tiempo para el luto. Selva se refugia cada vez más en lo mágico y quimérico.
Busca respuestas que le hagan comprender el sentido de la vida y la esencia de
la muerte, lo que en verdad representan y si acaso su abuelo es el candidato
ideal para un nuevo plano de existencia.
Destaco
la soberbia escena de Selva y la fogata:
Ya de
noche y frente a su casa, la pequeña realiza un rito pagano, propiciando así el
reencuentro con su abuela fallecida.
La
secuencia es de corte un tanto siniestro, pero con un matiz enternecedor. El pase de antorcha entre abuela y nieta,
en donde la bruja experta le indica a su novel aprendiz que camino deberá
seguir.
Sopa de Culebra, es
el consejo dado por el espíritu de la abuela, ahora presente tan solo en una
tenue silueta que se confunde en un abrazo con Selva.
Ella obedece y caza con premura al viscoso y largo reptil. El potaje es preparado
con los condimentos pertinentes. Curiosamente, el abuelo ha desistido ya de su huelga de hambre, por lo que este se
muestra más que ansioso en probar un bocado.
De a
pocos la tenue luz del longevo caballero se apaga. La sopa cumplió su objetivo,
este ahora reposa en paz y sin más delirios o congoja.
Con su
infancia ya culminada y destruida, Selva rompe por vez primera en un
inconsolable llanto. Es momento ahora de asumir su místico linaje y encarar la
vida de un modo completamente diferente.
Ceniza Negra, es
una interesante propuesta que combina lo espectral con lo humano. Un drama de
corte existencialista, que retrata eficazmente el despertar de Selva hacia la formal adolescencia y lo
extremo de afrontar la muerte cual sombrío rito de iniciación, pero a la vez,
inevitable.
Una
selva mágica y sombría, soberbiamente retratada en amplios encuadres de frías
tonalidades, es el perfecto escenario para el presente relato. Esto, sumado a
la ya sublime conjugación de sonidos y notas musicales propuestas en su banda
sonora.
Si
bien para algunos, el metraje peca por momentos de muy contemplativo y poco
dinámico, es esa cualidad onírica, mágica y fabulesca que rodea el entorno, lo que
hace del film, uno muy apreciable.
Mención
de honor para la protagonista, Smachleen
Gutiérrez. De un innato y resaltable talento. En concreto, la directora
supo sacar lo mejor de la joven actriz.
Cinta
recomendada, sin duda.
Eso es
todo por ahora. Hasta la siguiente función.
Diego
Mezarina.
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