Nominada a 6 premios Oscar y ganadora a Mejor Actriz del Globo de Oro y de la Copa Volpi en el Festival de Venecia para Cate Blanchett, en este drama sorprendente y disruptivo ya se encuentra en la cartelera local.
Una rápida mirada a la filmografía de Todd Field nos muestra que como actor ha tenido una carrera extensa pero mediana entre trabajos para directores de industria como Jan De Bont o Carl Franklin, pero también lo ha hecho con autores (las menos) como Roland Joffé, Woody Allen y el mismo Stanley Kubrick, que le reservó el enigmático rol del pianista Nick Nightingale en su film póstumo: “Ojos bien cerrados” (1999). Como director, su obra se limita a 6 cortometrajes, un par de incursiones en la tv y 3 largos: los dramas “In the Bedroom” (2001), “Little Children” (2006) y el título que nos ocupa hoy.
Un rasgo en común en sus 2 primeras producciones es el hecho de trabajar con un enfoque coral que nos lleva a un universo de personajes que sostienen la historia, tarea en la que ha demostrado ser un puntilloso director. En el caso de “Tár”, esta vez su mayor esfuerzo se enfoca en la performance de Cate Blanchett como una extraordinaria directora de orquesta y que concentra toda la atención de la trama en desmedro del resto de actores que, pasan a cumplir más un rol de comparsas de la protagonista, sin darles oportunidad de reservarles una cuota de intimismo propio para auscultar más en ellos.
1,2,3…MÚSICA
El
primer acto de la película nos pone a la protagonista en el contexto de su
propia y bien ganada fama como música, haciendo hincapié en la dimensión de
genio creadora que ocupa y más aún, ahora que se encuentra al frente de la Orquesta
Filarmónica de Berlín, lo que la tiene
en una suerte de doble vida entre esa ciudad y Nueva York, donde suele viajar
para coordinar la presentación de un libro suyo. Ante este espejo de perfección
creativa, empezamos a desmenuzar su figura desde lo puramente discursivo,
siendo absolutamente explícito el hecho de que la corrección política y muchas
directivas que vienen desde el espíritu inclusivo del feminismo y los colectivos
LGTB, son –incluso para una mujer lesbiana como ella herramientas que
entorpecen el libre flujo de la creatividad artística y que ella no se cansa de
desmontar.
Hasta aquí, nos acercamos a la figura de una artista que
reivindica sus fueros, pero indagando más en ella encontramos que siendo una
persona metódica y concienzuda, ese grado de control que ella ejerce sobre su
“yo artístico” lo extiende a su vida personal, no teniendo empacho en romper
reglas del orden social y académico con tal de satisfacer su propio ego. Lydia Tár termina siendo una personalidad que
absorbe a su entorno y no escatima esfuerzos en seducir jóvenes y desecharlas
cuando ya no le satisfacen, siendo consciente de sus actos y escudándose detrás
de coartadas que se hacen inconsistentes cuando su proceder empieza a
ventilarse en los medios, lo que la acerca al perfil de depredadores sexuales
que suelen aparecer en contextos de relación de poder en la industria.
ESPÍRITU POLÉMICO
Hay en “Tár” una necesidad por mostrar la psiquis de la protagonista
desde una dimensión onírica en la que se confunden recuerdos, pulsiones y
deseos a la vez. Incluso el perderse en un callejón oscuro la lleva a una
atmósfera siniestra en la que se vuelve prisionera de sus propias culpas.
Visualmente, se trata de momentos de fuga en los que Field hace una amalgama entre esos pensamientos etéreos
sublimados con la remembranza de un largo viaje en Perú y la estancia en
una comunidad Shipibo-Konibo para buscar inspiración. La dimensión
mística de esa experiencia se diluye frente a la necesidad de Lydia de absorber
almas, provocando que ese imaginario visual y esa estancia mágica de su vida se
contraste ante la frialdad de su imagen editada y sesgada en redes sociales
ante las primeras acusaciones de sus actos. Y aunque aquello no deja de ser
parte de una realidad manipulada e intervenida, el montaje burdo termina siendo
la verdad ante el mundo desde la cultura de la cancelación. Es entonces que su
figura corrupta y cuestionable adquiere visiones múltiples y para todos los
gustos.
No es raro que Todd Field apunte a una historia en la que la lectura por “lo correcto” o “lo permitido” transite por el oscuro camino de la contradicción. Si en “In the Bedroom” el ánimo de justicia de un padre se decanta por la venganza personal, o en “Little Children” no cabe la redención para un ex pederasta atrapado por una sociedad que lo lleva a la autoflagelación, en “Tár” la alusión al poder como generador de corrupción es un elemento que no excluye géneros y que no se inhibe ante la genialidad de una figura de talla mundial como la protagonista, más no como un afán “anti feminista” o “anti minorías” del director como algunos han querido ver, sino como la comprobación de una condición humana.
Si bien se trata de la producción más ambiciosa de Todd Field a partir del espíritu de internacionalidad que la película adquiere desde el modo de vida de Lydia, la historia nos deja en secundarias como su asistente Francesca (Noemie Merlant), su pareja Sharon (Nina Hoss) o su objeto de deseo, Olga (Sophie Kauer), a peones que delatan las fases en la que se acerca, obtiene y desecha a una mujer. Como ya había apuntado más arriba, “Tár” pudo aspirar a ser una pieza mucho más lograda desde la intimidad de un entorno que ahora solo es funcional. El trabajo de Cate Blanchett, complejo y detallista para reflejar a un personaje que se desmonta en sus propias mentiras en el tramo final, es la favorita natural al Oscar en una película que podía aspirar a mucho más, pero que no deja de ser fascinante por su capacidad de cuestionamiento.